21 de junio de 2012

Las mariposas son polillas que chocaron con el arco iris

Empieza a atardecer en la sabana Sudafricana. Ha sido un día muy caluroso, pero ahora sopla una brisa agradable que me hace intuir que la noche será más llevadera. Hace una hora que llegué al abrevadero que hay a 30 kilómetros de la granja de mi familia. Desde entonces espero paciente la llegada de los animales. He aparcado el viejo jeep de mi abuelo a una distancia prudencial para no molestarlos cuando se acerquen a beber. Ahí vienen. Sin bajarme del coche saco los prismáticos para poder observarlos mejor. Veo como se aproximan cebras, gacelas, ñus y hasta un rinoceronte. Es una hora idónea para avistarlos y los turistas no tardarán en aparecer. Agudizo el oído y escucho el ruido de unos coches que se aproximan por el norte. Giro los prismáticos para intentar ver quien va dentro. Creo que son europeos, porque las compañías de safaris americanas siempre llevan la bandera de estrellas y barras en sus coches, y estos no la tienen. En cualquier caso, ya no estoy sola, y eso me fastidia. Enciendo el motor, doy media vuelta y conduzco a toda prisa hacia la granja. Ya está anocheciendo y temo que me llevaré una reprimenda por conducir tan tarde.

Hace tres días que mi madre, mi hermana y yo volamos desde Londres para visitar a la abuela Gorgi, la única de la familia que todavía vive en Sudáfrica. Al llegar a casa me dirijo hacia la entrada principal y escucho gritar a mi hermana pequeña, Katryn. Corro hacia la puerta, y como al intentar abrirla compruebo que está cerrada con llave, me apresuro hacia la puerta trasera, la de la cocina. Supongo que algún insecto grande se habrá colado en la casa. Mi hermana los odia. En este país hay que aprender a convivir con toda clase de bichos, pero ella todavía tiene dificultades para superar sus fobias, al fin y al cabo sólo tiene ocho años, diez menos que yo. Justo antes de entrar a la cocina trago saliva y cruzo los dedos para que no sea una tarántula; yo también tengo mis miedos. Katryn espera inmóvil en medio de la sala. Una polilla gigante revolotea en círculos cada vez más cerrados alrededor de la lámpara del techo.

- ¡Haz algo, por favor! -Me pide al verme entrar. La polilla da vueltas alrededor de la bombilla chocando con ella intermitentemente.

- ¿Pero qué quieres que haga?

- ¡No sé, échala! No quiero que esté aquí dentro. ¡Por favor, échala! -La polilla se agita cada vez más rápido y Katryn se esconde debajo de la mesa. No puedo evitar reír.

- ¡No te rías y haz algo!

- Pero si no te va a hacer nada. -Lo cierto es que no sé muy bien que hacer, así que intento desviar su atención hacia otra cosa.- ¿Dónde están mamá y la abuela?

- Están en las cuadras. Las he llamado pero no me han oído. ¡Venga, haz que se pare!

La polilla está cada vez más desorientada y Katryn más nerviosa. Lo único que se me ocurre en ese momento es apagar la luz para que deje de revolotear y se vaya.

- ¿Pero qué haces? -Mi reacción le ha pillado por sorpresa.

- Pues apagar la luz para que pare y salga por la ventana.

- ¿Crees que funcionará?

- No tengo ni idea. Supongo que acabará por marcharse. Vamos al salón y olvídate de ella. De todos modos, no sé por qué te da tanto miedo; si fuese una araña... pero es sólo una mariposa nocturna.

- ¿Qué dices, Saskia? ¡Es una polilla asquerosa! -contesta haciendo una mueca de disgusto, dejándose caer sobre el sofá.

- Bueno, en realidad la polilla es una clase de mariposa nocturna. En África son de mayor tamaño, pero por lo demás no se diferencian mucho de las que puedas ver en Inglaterra.

- No pueden ser lo mismo. Las mariposas están llenas de colores brillantes, son bonitas y divertidas. Las polillas, sin embrago, son marrones y aburridas, y además dan mucho asco.

De repente Katryn cambia su expresión, pone cara pensativa y me sorprende con una de sus reflexiones:

- Las mariposas son polillas que chocaron con el arco iris.

- A lo mejor... -le contesto sonriendo.

 - Tengo hambre, ¿volvemos a la cocina a ver si se ha ido ya?

- ¡Vamos!